miércoles, 17 de mayo de 2017

GUILLERMO ENRIQUE HUDSON Y EL PAISAJE PAMPEANO POR JUAN CARLOS LOMBÁN



Publicamos el 15 de mayo, tomado de la revista “Mensaje” de Bernal el artículo de José Abel Goldar “Santa Coloma, La Casa” continuamos recorriendo las hojas de esa publicación de la década del ’70, con el siguiente escrito breve, del hudsoniano profesor Juan Carlos Lombán, sobre el paisaje en la obra de Hudson y en la literatura en general. El Prof. Lombán se abocó ampliamente a ubicar a este, el primer escritor quilmeño, en la literatura nacional. En su ensayo “Guillermo Enrique Hudson o el legado inmerecido” (1) lo confirma con rigor académico, en oposición a quienes desconocían la argentinidad de la obra de Hudson por haber escrito en inglés.
Especial para “MENSAJE” con admiración y reconocimiento
por la magnífica labor que desarrolla la Biblioteca “Estrada”
Juan Carlos Lombán (2)
El paisaje que generalmente nos brinda la literatura, constituye un testimonio sobre alguna fracción bien delimitada de la naturaleza en un momento determinado, proporcionado por un testigo más o menos feliz que logra, según los casos, mayor o menor trascendencia estética. Desde que el creador es casi siempre testigo y no protagonista, ni siquiera actor, observa desde afuera y no está en condiciones de seguir el proceso de esa vida casi invisible que siempre subyase en todo paisaje, el cual no es más que un amalgamiento de elementos inorgánicos con flora y fauna, no solo continente sino también, conte­nido. El escritor no nos puede exhibir la línea del desarrollo interno del paisaje, sino solo momentos de la misma, una sucesión de cuadros yuxtapuestos, verdaderos cortes discontinuos en una realidad que en rigor jamás permanece detenida.
Muy claramente, el testimonio que nos brinda el testigo revela una dicotomía con términos netamente diferenciados: un sujeto que describe o espíritu y un objeto descripto o naturaleza, ambos regidos por leyes propias e intransferibles. Así el sujeto, espíritu, se
muestra dinámico, inmerso en el tiempo, en tanto que el objeto, naturaleza, se exhibe estático, con características verdaderamente metafísicas. La literatura nos brinda un paisaje intemporal con un procedimiento tem­poral, desde que no puede abarcar un cuadro, por reducido que sea, simultáneamente en todos sus aspectos. El lector lo va recibiendo por partes, y la simultaneidad que caracteriza la percepción de toda obra pictórica, se ve reemplazada por la sucesión, propia del paisaje lite­rario. En este se produce inevitablemente una desarmonía, un desajus­te cronológico, desde que lo descripto se mantiene detenido, fuera del tiempo, se diría que “esperando” al escritor y al lector, en tanto que la descripción se desarrolla en el tiempo. El encanto de las imá­genes que surgen muy nítidamente al recordar paisajes literarios leídos muchos años atrás se debe a muy diversos factores, sin excluir los emotivos, pero pienso que lo que generalmente más suele determinarlo es precisamente esa inmovilidad, en la que todo aparece perfecto. 
EL PAISAJE EN LA LITERATURA 
Tenemos en la literatura argentina numerosos medallones de los más diversos escenarios del país y en especial de la pampa bonae­rense, que son otros tantos momentos perfectos y constituyen testimo­nios invalorables, que nunca hemos de agradecer lo suficiente. Si bien en muchos de ellos encontramos no pocos valores típicamente argentinos, intransferiblemente nuestros, en cuanto a la manera en que ha sido descripto el paisaje no difieren considerablemente, de lo que es corriente en la literatura de otros países y lenguas. Lo distintivo del escenario natural que aparece en la literatura argentina debe buscarse, a mi juicio, mucho menos en la manera de describirlo, que en el fondo, en la sustancia, con la única excepción de Guillermo Enrique Hudson. En diversas oportunidades he procurado explicar el cúmulo de razones que demuestran que a él no se le puede aplicar sin más, la regla general de que el escritor pertenece a su idioma, por todo lo cual entiendo que debe considerarse a su obra como indu­dablemente perteneciente a nuestra literatura, sin perjuicio del egregio lugar que ocupa en la inglesa, por haber sido escrita en esa lengua  (1). Pienso que nadie ha descripto la pampa bonaerense de mediados y segunda mitad del siglo pasado como lo hace Hudson, cuya manera difiere de la habitual, la que a grandes rasgos he procurado delinear en las primeras líneas de este trabajo. 
Y no se crea que esa originalidad de Hudson dimana de la lengua inglesa que utilizó, cosa que a mi juicio queda totalmente desvirtuada por la casi evidencia de que cuando Hudson escribe sobre la pampa lo hace como traductor, después de haber sentido y
aun pensado en castellano, y la circunstancia innegable de que la literatura inglesa se caracteriza mucho más que la española, precisamente por el modo de describir tradicional, que no es ciertamente el que utiliza nuestro escritor.
No, no se busque en el idioma la causa de la originalidad del Hudson escritor, sino en el Hudson hombre. Es su nacimiento en un solitario y pobrísimo rancho rodeado por la pampa inmensa; sus pri­meros treinta y tres años pasados totalmente en el campo, casi sin comunicación con vida urbana alguna; su gozoso crecer en contacto directo con la naturaleza virgen y salvaje sin concurrir jamás a escuela de ningún nivel; su posterior deambular de más de diez años por la llanura bonaerense trabajando como peón y resero en diversas estancias; en síntesis, su existencia de gaucho, su vivir la pampa del siglo pasado desde dentro, como ningún otro escritor pudo hacer jamás, lo que determina su peculiar actitud con respecto al paisaje de su tierra natal.

Echeverría, Sarmiento, Ascasubi, Mansilla, Hernán­dez, Güiraldes y todos los grandes escritores argentinos tuvieron una educación más o menos regular y vivieron largos períodos de su infancia y juventud en ciudades, excepto Hudson.

HIJO DE LA PAMPA 
Son sus treinta y tres años vividos como un auténtico hijo de la pampa, los que determinaron a Hudson una actitud radicalmente diferente ante el paisaje. Ella nunca lo llevó a intentar su descripción con un esteticismo refinado un cientificismo frío, ni a delinear meda­llones detenidos en el tiempo, ni a presentar esa
diferenciación habitual centre la temporalidad de la descripción y la intemporalidad del paisaje. Menos aún, la invisible pero infranqueable barrera entre espíritu y naturaleza que observamos en otros paisajistas literarios. Hudson supera lo exclusivamente estético o científico y desde su plano estric­tamente humano escribe como actor y no como testigo. Por eso sus libros presentan un sincronismo absoluto entre el desarrollo de sus descripciones y el devenir del paisaje y asimismo una total identifi­cación entre el escritor y su mundo, una entrega, una comunión que determina una fusión tal de espíritu y naturaleza, como no observa­mos en ningún otro creador. Todo ello determina una originalísima manera de describir el escenario natural, que le da al lector la per­manente sensación de que está ante un paisaje rebosante de una vida con, la que el autor palpita al unísono. Hudson describe la naturaleza como escribiendo su autobiografía, con una disposición espiritual y una experiencia personal de la vida pampeana que ningún otro escri­tor ha revelado.


NOTA DEL AUTOR (1)
 En el Suplemento dominical de “La Prensa” de Buenos Aires: “Los Veinte Ombúes” (23-3-1969); “Nuestra pampa reflejada en idioma inglés” (4-5-1969); “La Patria de Guillermo Enrique Hudson” (13-7- 1969); “Hudson o la imposibilidad del retorno” (14-12-1969); “En torno del escritor y su idioma” (28-12-1969). En el Boletín de la Di­rección de Museos de la Pcia. de Bs. As.: “Guillermo Enrique Hudson o el legado inmerecido”, La Plata, 1971; hay separata.
Las referencias gráficas pertenecen al archivo particular del Prof. J. C. Lomban.
Bajo relieve en piedra ejecutado por César Bustillo en 1954, ubicado en la hierba a pocos metros de la casa donde nació Hudson y donado por el autor conjuntamente con A. Gallardo y E. Serventi. En su parte inferior tiene la siguiente inscripción: "El pájaro y el árbol conocieron la pureza de su espíritu".

JUAN CARLOS LOMBAN [2]
Escritor, periodista, colaborador del Su­plemento dominical
de “La Prensa”
Di­rector del Colegio San Jorge y Presidente del Instituto Sarmiento
de Sociología e Historia.
Compilación y compaginación Prof. Ch. Agnelli
NOTAS 
1.- Este ensayo volvió a publicarlo en 2014, la editorial Buenos Aires Books a instancias de Chalo Agnelli con la anuencia de su autor poco antes de su fallecimiento. Ver en EL QUILMERO del domingo, 18 de mayo de 2014, "Guillermo Enrique Hudson o El Legado Inmerecido" 
2.- Ver en EL QUILMERO del viernes, 6 de febrero de 2015, “Juan Carlos Lombán - Docente, Historiador Y Hudsoniano” 

 

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